domingo, 12 de enero de 2025

El Duelo

 


El Duelo





“El dolor del duelo es como un invitado borracho,

 cuando parece que se ha marchado 

vuelve a darte un último abrazo.”

Stephen King




Existe una fábula antigua de Buda que me gusta mucho, se llama “Las Semillas de Mostaza” y dice así (superando las versiones en su traducción):


“En el tiempo de vida de Siddhartha Gautama, el Buda histórico, mas de 2500 años AC, una madre consumida por la pena vino a verle. Sollozaba y se lamentaba por la pérdida de su bebé cuyo pequeño cuerpo cargaba entre sus brazos. Todos los monjes compasivos se acercaban a ella con plegarias y rezos, mientras solicitaba una audiencia con el Buda mismo.


El Buda compasivo la recibió con ojos apacibles y sonrientes, mirando al cadáver de su hijo. Instantáneamente fue envuelta en la bondad y el calor indescriptibles que del Buda naturalmente emanaban, ya que ninguna pena es mayor que la pérdida de un hijo.


La mujer le dijo al Buda: “Señor, mi hijo ha muerto y me encuentro inconsolable, ¿puedes traerlo de vuelta a la vida para mí?  Él era la luz de la totalidad de nuestro hogar.  Esperamos su llegada por muchos años y ahora nos fue arrebatado por una súbita e incurable enfermedad.  Tú que conoces a todas las cosas, quien ha trascendido a la vida y la muerte, por favor, restaura a la vida a sus pequeños ojos.  ¡No es justo que se nos haya robado tan pronto!  Así rogaba la madre en su pena al Buda.  


El iluminado no le respondió con rapidez. Mirando al infante gentilmente acarició su fría frente y entonces dijo: “fiel mujer, ve de casa en casa en este pueblo y obtén una semilla de mostaza de cada uno de los hogares en donde nadie haya muerto.  Cuando tengas estas semillas tráelas a mí y entonces veremos lo que podemos hacer.  La mujer estaba sobrecogida con alegría y esperanza, se postró ante el Buda y toco sus pies con reverencia.  Él entonces colocó sus manos sobre su cabeza como una bendición y así ella emprendió su camino, llevando al cadáver de su pequeño entre sus brazos. 


Por todo el día fue de puerta en puerta, de casa en casa buscando semillas de mostaza de los hogares en donde no hubiese alguien fallecido.  No obstante al proceder, contando su triste historia a donde quiera que iba, fracasó en encontrar siquiera un hogar en donde la muerte no hubiera ya visitado. Inquebrantable prosiguió su búsqueda, con la esperanza que esas semillas mágicas de mostaza, a través de la bendición del Buda, trajeran de vuelta a la vida a su pequeño.


Al menguar el día, ella todavía no había podido recolectar siquiera una semilla de mostaza,  ya que la muerte es ubicua. La gente se mostraba generosa, dispuesta a darle tantas semillas como ella deseara, independiente al hecho de haber o no perdido a algún familiar, más, no obstante, ella se mostraba resoluta: ¡tan solo serían satisfactorias aquellas semillas de mostaza provenientes de un hogar en donde la muerte no hubiese visitado!


No contando siquiera con una semilla de mostaza para premiar sus esfuerzos, al arribo del atardecer, el entendimiento empezó a florecer en su mente atormentada:  “¿no es éste el destino de todos los seres vivos?” pensó en su intimidad, “todo lo que nace deberá eventualmente de morir, ¿no es éste un hecho primario de la existencia?, ¿la verdad del Dharma a la que el señor Buda me ha introducido?” Entonces se inclinó con reverencia en la dirección en donde entonces residía el iluminado.


Por la noche, con el bebé todavía entre sus brazos, regreso al lugar donde el Buda residía y aunque la mujer no traía consigo las semillas de mostaza que el maestro le había solicitado no regresó con las manos vacías, llevaba su recién ganado entendimiento como una brillante antorcha que iluminaba su interior.


Al aproximarse al Buda y ante él inclinándose paso a paso con reverencia, recostó en el suelo al cuerpo inerte de su hijo y le dijo: ¡Oh iluminado y compasivo, veo ahora que no es posible resucitar a los muertos! Me pediste te trajera una semilla de mostaza de cada uno de los hogares en donde la muerte no hubiese nunca visitado y no fui capaz de encontrar siquiera uno. Ahora entiendo, la lámpara de la verdad se ha iluminado en mi interior.”


“Por favor crema a este pobre niño y medita por él. Me has dado un regalo tan grande como la vida misma. Confío en que tus plegarias conducirán al flujo de conciencia de este pequeño hacia un renacimiento superior y ulteriormente hacia la liberación y la iluminación”.


El omnisciente Buda simplemente sonrió con un gesto de aceptación.”(1)



Y lo que quiero multiplicar:


La muerte de un ser amado nos mueve de manera muy profunda, las emociones se suscitan de una forma demasiado compleja como para poder describirlas con palabras, pero la perdida de un hijo es un nivel superior; no se que se siente, y deseo poder no llegar a saberlo. Personas a mi alrededor han tenido que vivir esa experiencia, mis respetos y mi admiración para cada uno de ellos, y para aquellos que no conozco también.


El “Duelo” es, seguramente, un invitado indeseado, en cada casa y es una experiencia personal e indescriptible, inclusive, cada duelo se siente y se vive distinto. Quiero multiplicar que durante el duelo las personas puedan conectarse con el amor y despedirse con los mejores pensamientos hacia ese ser querido, honrándolo recordando esas memorias que permitan hacer la despedida lo más amable posible, porque durante ese proceso de muerte nuestros seres queridos van a seguir interconectados con el espacio que habitaron y las personas que amaron y se relacionaron, y es de gran ayuda hacer su despedida amable y amorosa, para ambas partes.


Comenté anteriormente que en el mismo año fallecieron cuatro afectos muy importantes para mí, entre ellos mi esposo. Despedimos a mi esposo por todo lo mejor que pudimos. Yo solo pensaba en que se merecía una gran despedida, rodeado de todos sus afectos, que supiera que lo amamos y que estábamos para él. Dadas las circunstancias y considerando que no sabemos cuándo nos tocará marchar a nosotros mismos, he conversado del tema con mi hijo, desde muy chiquito. Sabe qué hacer si yo dejo de estar y él sigue siendo menor de edad, pero también como queremos despedirnos, obviamente consientes que nos extrañaremos y que habrá muchos sentimientos encontrados. Entre otras cosas, queremos despedirnos sin drama, desde la alegría, desde la risa, siguiendo nuestra línea de hacer muchos chistes y con muy buena música. Un día camino de regreso a casa desde su colegio elemental, él tendría 8 años, me dijo: “mami, cuando te mueras te voy a hacer una fiesta”, como dice la canción(2), yo solo pensé “cuanta sabiduría hay en ese cuerpito”. Pueda que esto suene descabellado para algunos, pero para nosotros funciona bien así, por el momento.



Notas:

1) Las semillas de mostaza”. Texto extraído de Internet, enlace: http://www.casatibet.org.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=425&Itemid=99

2) George Ezra - Green Green Grass.






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